En estas navidades he probado el oro. Aunque suene un poco petulante, es totalmente cierto. Junto a los langostinos, la sopa de calabaza, el jamón, los huevos rellenos y el salmón, llegó a la mesa de navidad un frasquito de Orogourmet, un aditivo inventado por una empresa riojana para acompañar las comidas. Obviamente, este valioso material, que era de nada menos que 24 kilates, llegó a la mesa como un agradecimiento, ya que un pequeño bote de esta especie, que es inocua e insípida, cuesta aproximadamente 70 euracos. Cuántas cosas se puede hacer con ese dinero.
Sobre una loncha de un sabroso salmón, el oro sólo ofrece al paladar prestancia y una nueva óptica visual, como se explica en el reportaje, ya que he descubierto que no sabe a nada. Pero a nada de nada. Cero patatero. La razón es que las partículas doradas se funden en el paladar, algo que mi hígado agradeció desde que mi vesícula no está más en el organismo.
Hoy llegó mi padre a Logroño, por lo que las navidades se han vuelto más familiares aún. Y no le haré probar el oro, ya que su dieta en España se rige sólo con un único menú: las chuletillas de cordero.