No aguanto
las campañas políticas. No las sigo porque, en pocas palabras, no comprendo su
finalidad. A mi juicio, y con todos los respetos del mundo a quienes participan
activamente en ellas, son soberanamente aburridas, se tornan reiterativas y se
me antojan poco –por no decir nada– creíbles. Y más cuando parece ser que no
hay nada que discutir, que es cosa de uno, como recordó acertadamente el
cocinero de la ‘Ensalada
a la riojana’. Bostezo mirando cómo, a partir de ahora, empiezan a desfilar por
esta región futuros ministros, gurús populares, popes socialistas, e incluso
los propios candidatos (incluyendo al presidente virtual), arengando unas
tropas que ya conocen el resultado de la batalla, recordando lo mal que lo
hicieron los que se marchan o diferenciándose con matices de sus
correligionarios que en quince días abandonarán, por fin, el poder.
Hartazgo es
lo que me produce ver cómo, después de unos meses, la gratuidad de autopistas,
los soterramientos –guardo una foto de 1998 de una excavadora en los terrenos
de la estación–, el pleno empleo o la llegada del AVE, entre muchas
habladurías, desaparecen de nuestras vidas con la misma facilidad con que un
pedete (o un gas, por ser más fino) se escapa de una canasta.
Columna publicada el 6 de octubre de 2011 en Diario La Rioja