jueves, 27 de agosto de 2009

El pequeño Monk

Mis frustradas vacaciones ya empiezan a quedar atrás, por suerte. Y ahora, desde la lejanía, se empiezan a disfrutar de algunas cosas vividas durante esos días. Por ejemplo, las salidas de mi sobrino Benjamín, un pequeño y adorable personaje capaz de cautivar a cualquiera. Tiene 3 años de vida y, hasta el momento, es el único capacitado para trasladar el apellido Schmitt una generación más allá, obviamente en unos años. Cuestión que Benja, con sus tres añitos, es un perfeccionista. Pero esa obsesión llega a tal punto que se le ha llegado a comparar con el detective maniático Adrian Monk. Quien haya visto alguna vez la serie lo entenderá.

Por ejemplo, si estaba comiendo arroz, pero parte de la ensalada caía en su plato, no podía seguir hasta que le trajesen uno nuevo. Si las papas fritas no estaban correctamente ordenadas junto al pollo, tampoco. Todo esto viene a cuento que después de Túnez, mis hermanos se fueron a Roma unos días a reunirse con mi padre. Y en medio del foro romano, a mi hermano se le ocurrió preguntarle a Benja si le gustaba la capital italiana, a lo que el niño, todo inocencia, respondió con una cara desesperada y los bracitos con las palmas hacia arriba: "Está todo roto". Tengo un video con el testimonio de Benja, pero soy incapaz de descargarlo y mostrarlo aquí. Por eso, dejo algunas fotos de mi querido sobrino durante el viaje. Otro día hablaré de su hermana, la princesita Sofía.




En esta imagen está intentando atornillar parte del fuselaje del avión, mientras su compañero de viaje lo observa anodadado.

domingo, 23 de agosto de 2009

El ex yeta

Hubo un tiempo un tiempo en el que estuve gafado, mufado (como dirían en mi país); fui un yeta auténtico, con un mal fario que se podía oler a kilómetros de distancia y al que, quizá un político harto de mis crónicas, le había echado el mal de ojo. Esta mala suerte me persiguió durante dos semanas como una sombra, pero creo que todo se ha acabado. Eso espero, por el bien de la Unión Deportiva Logroñés.

Me explico. Todo se inició en mis vacaciones, al reunirme con mi padre, hermanos y sobrinos, a los que no veía desde hace dos años, presentar a mi pequeña y hacer un viaje a Túnez todos juntos. Pero todo se empezó a truncar cuando el funcionario de turno, sin explicación alguna, impidió la entrada en su curioso -por no decir algo por el que se me pueda catalogar de racista- país a mi padre, un hombre tan viajado que su pasaporte parece la biblia en fascículos. A eso le siguió encontrarnos con un hotel al que le sobran algunas estrellas, sin las habitaciones contratadas, con un carro para toallas en vez de cuna, un calor insufrible y una infección de orina que contagió mi niña y que precipitó nuestra vuelta urgente a Madrid, donde quedó ingresada. A la preocupación se le sumó una tormenta de granizo en la autopista, la caída de la cortina del salón al llegar a Logroño y la perdida del cargador de la cámara, por el que me quisieron cobrar 52 euros.

Pero la cosa parece haber amainado, por lo que aproveché para abonarme a la U.D., un proyecto que considero más que serio después de años de desgracias y ladrones. Deseo que esta iniciativa sobreviva a mi ya algo lejana yeta y no ser, esta vez, la razón de tanta desazón en Las Gaunas, para que, de una bendita vez, disfrutemos de buen fútbol en Logroño.

Columna publicada en el Diario La Rioja, el 23 de agosto del 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Las vacaciones de Murphy

Hoy volví a trabajar. Y nunca creí que me iba a dar tanto gusto después de unas vacaciones. Bueno, digo vacaciones por mencionar algo porque durante los últimos quince días les aseguro que la realidad superó ampliamente a la ficción. De hecho, creo que me cambiaré el apellido por el de Murphy. Todo se inició el viernes 31 de agosto, cuando nos reunimos en Madrid mi padre, mis hermanos y sobrinos para celebrar las primeras vacaciones de la familia con la nueva generación, al margen de la emotiva presentación de Martina.

Con una chuletillas de por medio en La Tahona, restaurante preferido de mi padre, quien sufragó absolutamente todo desde el principio, iniciamos estos días de descanso en familia. Habían sido meses y meses de planes y programación para que todos puedan estar presentes. Incluso, teníamos
unas camisetas con nuestros números y nombres, para hacer el viaje a Túnez, lugar escogido por la familia. Pero la cosa se empezó a torcer en el momento de tocar suelo africano.

Resulta que el abuelo, alma máter de la iniciativa y una persona más que viajada (debe tener en su haber varias vueltas al mundo en kilometraje aéreo), tiene un pasaporte completito y con un anexo en la parte anterior. Pues el hijo de puta del funcionario tunecino que nos atendió decidi
ó que no entraba a su país, creemos que fue por lo del pasaporte porque no hubo ni una mísera explicación, y lo metieron en el avión que nos llevó a ese país de mierda. Nosotros no pudimos hacer nada, salvo ir al hotel (ya era muy tarde).

Llegamos al muy poco recomendado Hotel Vincci Taj Sultan sobre la 1 de la mañana y resulta que estaba sobrevendido y nos mandaron a una habitación de mierda, en la que, en mi caso, ni siquiera estaba la cuna del bebé. Más bronca con los responsables y nos traen la cuna, por decir algo. Después de mal dormir, nos dimos cuenta que en vez de una cuna, Martina había pasado la n
oche en un carro para tirar las toallas usadas. Si no me creen, ésta es la prueba:


Más bronca con el gerente, que era un tipo de Vigo, quien nos recolocó en otra habitación, con vistas al mar pero debajo de la cocina, por lo que los siguientes días dormimos con olor a pescado, hamburguesas y refritos. Pero al mal tiempo buena cara, por lo que intentamos dejar atrás el mal fario y darnos un baño en la playa, salir a recorrer la medina del lugar y cenar todos los hermanos juntos. A todo esto, el cónsul argentino en Madrid le confirmó a mi padre que el rechazo tunecino había sido ilegal, aunque él ya no quería volver (se reencontraba con mis hermanos en Roma una semana después). Pero esa noche, Martina empezó con fiebre.

Los siguientes tres días lo pasamos entre la habitación del hotel (con olor a comida), visitas de una pediatra (dijo la amable señora que era el cambio de clima) y el lobby de la instalación. A la tercera noche con fiebre, decidimos pegar la vuelta, pero no había vuelos a Madrid hasta dentro de los siguientes 4 días, así que José, nuestro agentes de viaje, nos metió a los tres en un vuelo vía Barcelona. Y al día siguiente, al hospital, en donde confirmaron que la enana, que en unos días cuimplirá 5 meses, tenía una infección urinaria, por lo que quedó ingresada en La Moraleja.

Lo más estresante de todo fue tener que cuidar, literalmente las 24 horas del día, a un gnomo que no sabe lo que es una vía en vena y que siente que algo le molesta en el brazo. Fueron cinco días en los que no veíamos la hora de irnos a casa. Iba siguiendo el viaje de mis hermanos y sobrinos con mi padre a través del teléfono, porque ni siquiera internet teníamos en el hospital. Por cierto, a ellos también les siguió la mala suerte porque, según me dijo mi viejo, en la habitación del hotel romano, muy cerca de la Fontana de Trevi, era tan pequeña con no entraba una maleta. Y a mis hermanos los recolocaron en un "anexo" del hotel a 200 metros y en un segundo y un cuarto sin ascensor. Mientras tanto, en Madrid, nuestras queridas amigas Elena y Bea, que vive muy cerca del hospital, nos habían mucha y buena compañía.

El día que Xabi Alonso se hizo le revisión médica para el Real Madrid nos dieron el alta, y por poco nos topamos en la puerta con el donostiarra. Rápidamente nos subimos al 307 y apuntamos por la A-1 en dirección Logroño. Ya estábamos por San Asensio, cuando realmente creí que habíamos dejado la mierda atrás. Pero una tormenta salió de la nada y el granizo casi me despedaza la carrocería si no hubiese encontrado el área de servicio con un resguardo para la máquina.

Finalmente llegamos, mi familia y la mala pata, a Logroño, porque al abrir las ventanas se me cayó toda la cortina del salón, me golpeé la cabeza y maldije en mandarín. A los pocos días nos dimos cuenta que en algún lugar de estos días de tortura nos habíamos dejado olvidado el cargador de la cámara de fotos, que en la casa oficial tardarán un tiempito en conseguir otro.

Por eso estoy tan contento de volver a trabajar y dejar todo esto en el olvido porque he vuelto al laburo más estresado, más gordo y más blanco que cuando me marché el 31 de julio. Pero eso sí, pese a todo, hay imágenes que quedarán siempre en los corazones de la familia Schmitt, digo Murphy. Comparto algunas con ustedes.