martes, 6 de mayo de 2008

Tacones cercanos


Desde hace unos años dormir es un problema. Básicamente creo que se trata de una cuestión de edad, aunque mis canas no queden delatadas fácilmente por el color de mi pelo. Todo empezó cuando los bares de la Zona de Logroño se confabularon con mi insomnio para darme guerra cuando menos me lo esperaba. Dos navajazos en las ruedas de mi por entonces flamante 307 me empujaron a buscar residencia en el otro extremo de la ciudad. Pero dos meses después de trasladar mis trastos, con mi eterno traje azul a cuestas, a un alcalde que ya no está en el cargo no se le ocurrió mejor idea que hacer agujeros para toda la ciudad y combatir, de esta manera, con la escasez de estacionamientos en la capital riojana.

Fue una tortura, día y noche con el traqueteo, el polvo, las máquinas (el trépano era mi favorita), las vibraciones, que duraron más de dos años.
Pues bien, aprendí a vivir con aquel estrés y desde entonces seis horas de sueño son un lujo para mi, aunque ahora tengo otro problema.

Pese a enmudecer las máquinas, ahora hay otro ruido que me vuelve loco, majara completamente. No es intenso ni provoca que mi cama se convierta en una montaña rusa, pero es que ya no puedo más. Se trata de la vecina que vive justo encima. La oigo a todas horas y no la tolero. Nunca le he visto la cara, no nos hemos tropezado nunca en el ascensor, pero la odio con todo mi corazón. Desde el momento en que reta a su hija en el momento en el que la mayoría de los mortales (por lo menos los que tenemos la suerte de vivir en una capital de provincia) dormimos la siesta hasta el instante que le mete una bronca monumental a su adolescente hijo cuando, ya de madrugada, llega con unas copas de más.

La conozco tanto que sé exactamente cómo discurrirán los diálogos con su marido, su madre o algunas de sus hermanas. Es insoportable y no le voy a echar la culpa a la baja calidad de los materiales de las viviendas. Nada de eso. A veces tengo la impresión de escucharla respirar.

Pero hay una cosa de esta señora que ya no aguanto más. Es su despertador por la mañana, que obviamente me sacude de mi cama. A partir de ese momento comienza una tortuosa ceremonia que se me ha grabado en mi mente: esos diez pasos que hace hacia el baño, el chorreteo del primer orín matutino, el paso cansino hacia la cocina para encender la radio (creo que incluso, para más inri, es la Cope) para volver a la habitación a cambiarse. Y ahí viene lo peor.

Absolutamente todas las mañanas, después de estos primeros compases para nada armónicos, se pone sus zapatos y comienza a ablandarlos, porque camina por toda la casa. Por supuesto, con esa discoteca en mi cabeza, y a esas horas de la madrugada (7.30) ya he renunciado a seguir durmiendo... justo en el momento en que escucho que los pasos se alejan, se abre la puerta y baja el ascensor.

Todos podemos llegar a tener vecinos molestos, pero con esta mujer directamente es intolerable. Y además me hace añorar a la vecina que tenía en Buenos Aires, que se pasaba seis de las siete noches de la semana haciendo triquitriqui con su pareja. Y a una hora normal, no a la madrugada. El día que tenga el valor, subiré a su piso y, con mucho respeto, le recetaré la medicina de mi vecina porteña. Y si no tiene con quien, que use sus tacones. Quizá así logre dormir.

15 comentarios:

J.L. García Íñiguez dijo...

Me recuerda a los golpes de tacón que durante una temporada escuché sobre el techo de mi casa. Todas las noches. Molesto, si no fuera porque vivo en el último y arriba sólo están los trasteros...

Anónimo dijo...

Quizá te hayas pasado un pelín con la penúltima frase. Perro!!!!!!

Anónimo dijo...

Gracias Martín, ya tengo tema para el post de hoy.
Los zapatos rojos que llevaba ayer son muy cómodos (altitos, pero cómodos) y perdona si en redacción te doy guerra con mis taconcitos...
Beso

Martín Schmitt dijo...

Terni, vuelvo a hacerte la pregunta: ¿Qué haces despierto tan temprano?

Anónimo, no he dicho qué debía hacer con los tacones...

Cris, los tacones me molestan cuando me zapatean el cerebro de madrugada

Anónimo dijo...

blog veo, blog quiero, eh pillín? que bien!!!!!! asi se me harán más cortas las tardes en este periódico. hablas de los vecinos, pues imaginate vivir con 2 extraterrestres como los míos, xq ya no es sólo 1 el q se ducha, son 2. no solo es 1 el que abre y cierra a golpes el microondas, son 2. y no te digo nada de los bailes de puertas, x q los hombres solo sabeis dar portazos?al menos el nuevo no me mira fijamente.........

Anónimo dijo...

¿ Y tú como sabes que mea ?. A lo mejor es porque se está lavando los dientes y suena el chorrillo del grifo, coxino...
Ya me parecía un poco marranete éste Martín, y ahora se confirma.
Y lo de los tacones, bah, seguro que la mujer va bien guapa y merece la pena el pequeño sacrificio de escuchar su taconeo.

Ale, un saludote y no te abrazo porque no nos abarcamos.

Anónimo dijo...

Hola M.! Noto cierto resquemor, pero te entiendo, lo de los tacones no tiene perdón. Ahora no te alteres y no cojas ninguna fobia, no vaya a ser que la pagues con una inocente. Buenas noches y que te interrumpan tempranito.

Martín Schmitt dijo...

Vecina de extraterrestres, poco falta para que el segundo te empiece a mirar fijamente... Un beso grande y mañana llevame al Pleno alguien divertido.

Avellanita, sé distinguir perfectamente un meo de una lavada de dientes. Además, por cómo menea esos tacones no tiene pinta de ser demasiado sexy la mujer. No tiene "timing" a la hora de caminar; no hay equilibrio.

Extraviada, lo de despertarme temprano está garantizado. A cualquier otra hora del día, los tacones me gustan, como le dije hoy a Cris, nuestra reina bajita con tacones gigantes

CRIS dijo...

Gracias Martín, me gusta es de "nuestra reina bajita con tacones gigantes". Muak

laleydelmal dijo...

Encima de mi casa no hay una mujer con tacones, sino dos demonios en forma de niños. Te los cambio.

La pena de tu blog es que no se te escucha hablar, por lo del acento y eso, que me gusta. Pero igualmente te visitaré.

Un beso!!

Anónimo dijo...

Hola boludo!!! que chulo tu blog...está guay seguir leyéndote. Que sepas que esa vecina tuya de la que hablas me cae fatal, porque por su culpa, entre otras cosas, ya no os tengo más de vecinos...:-(

Sobre los míos te podría contar mil historietas, pero me voy a cortar, que como les conoces... jajaja...
Un besazo desde la capital del reino, Martinuchi! Bea

Anónimo dijo...

jajaja! esto me hace acordar cuando en casa no podias dormir porque te habian tendido la cama para enanos! jajajaja!!!

cuñadooo!!! q lindo leerte!!! te extraño muchooooooooo!!!

besotes desde san luis!

emi (tu preferida :D )

Martín Schmitt dijo...

Laleydelmal, aquí serás bien recibida siempre. Un beso.

Bea, eso, mejor no hablemos de esas vecinas que son Chupiguays. Me acuerdo de tu vecino de Moratalaz, ése que roncaba y no te dejaba pegar ojo...

Emi, yo también te extraño. Un beso grande

Anónimo dijo...

Yo tuve durante un par de años como vecina en el piso superior a una mujer que usaba tacones de punta a modo de "pantunlfas" y que tenía un huso horario extraño.
La mujer en cuestión, tenía un buen trbajao (similar a notario para no dar más datos) y repetía entre semana la misma ceremonia.
2.00 de la mañana, pasos (tacones) que hacían crujir la tarima. Con ellos hasta el baño, (para más eñas de mármol), con lo que los tacones reverberaban de una forma especial, casi mágica....
Seguían los tacones hacia la cocina y volvían al dormitorio...
Hasta que no se metía a la cama no desaparecía aquella mezcla del 7º de caballería y Greta Garbo. Entonces venía la sinfonía de muelles "ñik, ñik" esto era igual de molesto pero era más divertido.
Mi mujer y yo especulábamos acerca de la identidad del que le ayudaba a zarandear el colchón. Lo cierto es que no sé cómo lo hacía la buena muje, pero rara vez era el mismo quién saltaba encima de la cama.
Tal vez esos tacones cautivadores....

Martín Schmitt dijo...

Muy buena historia Sergio. Espero que para hacer mover los muelles no se haya quitado los tacones