miércoles, 24 de agosto de 2011

Dinosaurios futboleros


Vengo de un país de magia y cambalache, de Borges y tango, de psicoanálisis e incongruencias, de asado y dulce de leche, de dieguitos y mafaldas. Soy de un lugar donde las pasiones reinan y la vida, muchas veces, no vale ni dos pesos. Un sitio en el que la crisis es la que gobierna desde hace décadas y la demagogia más barata es la mejor de las fórmulas para encaramarse a una casa de color rosa y desde allí vestirse de progresista para actuar como el más temible de los dictadores para incrementar su patrimonio personal un 508% anual. Nací en un lugar de paisajes maravillosos, de cataratas y glaciares, de bosques y selvas, de montañas y mares, pero que no conocemos porque Miami siempre estuvo mucho más cerca. Una tierra en la que para ser gobernador es necesario cantar, contar chistes, ser corredor del Fórmula 1, campeón de motonáutica o presidente de un club de fútbol. Y da igual por el partido que te presentes porque no existe la hemeroteca. Ni la vergüenza.

Soy de un lugar en el que la política rige el fútbol, los partidos se dan en abierto y en el que se hace bueno el refrán: donde dije digo, digo Diego. Es un sitio en el que precisamente un Diego es el ser supremo y un dinosaurio de apellido Grondona es el dueño del cotarro desde que tengo ocho años. Un gerifalte sostenido por el más corrupto de los gobiernos que hace y deshace al antojo de su bolsillo, subiendo o bajando el pulgar. Que decide quién desciende por una pataleta y, cuando las cuentas no le salen, se inventa, por orden del Gobierno, el más loco de los campeonatos habidos y por haber. ¡Pobre, Argentina querida!, que deambula en los límites del absurdo.

Columna publicada en el Diario La Rioja el 9 de agosto del 2011

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