Pues bien, ya ha pasado un tiempo desde aquel magistral documento y recién en estos sanmateos me di cuenta que los años se me han echado encima, sin darme un aviso tan siquiera, como en los toros. Y lo han hecho con cobardía, como quien no quiere la cosa, y de una forma ladina y egoísta, sin respetar mi último San Mateo sin cargas familiares. Porque los años me han caído como un pulpo policía dándome sopapos a diestra y siniestra, sin permitirme ni siquiera una defensa de oficio.
Con el paso del tiempo, el cuerpo se ha vuelto más exquisito (antes daba igual degustar un ron guatemalteco, un güisqui adulterado o una ginebra de Albelda) con la misma velocidad que su paulatino aumento de densidad, algo inevitable si se quiere seguir sonriendo en esta triste vida resacosa. Esta semana salí de juerga (no fue mucho, pero sí lo suficiente) y mi cuerpo, mi cerebro y yo nos debatimos en un duelo que un Almax y un Ibuprofeno no pudieron evitar.

La foto es del entierro de la cuba, el final de las fiestas de San Mateo, y es de Jonathan Herreros.