Me despido por unos días. Me voy a mi universo particular denominado Ruta Quetzal BBVA, que este año cumple sus bodas de plata. Esta vez estaré por Galicia, con el Camino de Santiago como tema principal, ya que es año Xacobeo. Aprovecho este lugar para felicitar a una mujer maravillosa que amo con locura y que cumple años mañana (no diré cuántos, MM) y no sé si podré hablar con ella. Feliz cumple, viejita. En unos días nos vemos.
El 20 de julio no sólo se conmemora la llegada del hombre a la Luna. Es también una de las fechas más especiales de mi calendario porque en mi país se festeja el día del amigo. Hace unos días que estaba yo con un especie de morriña y no sabía de qué se trataba. Y hoy lo recordé. Seguramente, mis amigos se irán mañana a cenar y a reinventar la noche bonaerense, algo cada vez más difícil. Hoy especialmente me quiero acordar de uno de ellos, uno de mis mejores amigos, un hermano que no lleva mi apellido pero que siempre me tiene presente en todo (y yo a él) y que últimamente no lo ha pasado muy bien. Un abrazo grande, a todos ellos, a mis amigos del alma que los extraño todos los días.
El fútbol es vida. Es gloria, como la que trajo España a casa junto a la copa más preciosa. Es unión, la de todo un país en torno a unos colores, y sentimiento, el que mostró Casillas al romper a llorar como un bebé en la final; es, además, sorpresa, con el beso que le plantó a su mediática novia delante de millones de personas. El fútbol es belleza y armonía, como en cada avance de esos locos bajitos vestidos de rojo; es acrobacia, la que mostró Puyol para saltar cinco metros y cabecearla adentro. Es humor, con las andanzas del pulpo vidente; es música, con el estruendo de las vuvuzelas y los waka waka; es velocidad, es pasión y también es poesía. Y es recuerdo, el de Dani Jarque.
Pero el fútbol también guarda un hueco para la discreción, con el gran Vicente del Bosque como abanderado, y para la alegría, la de millones de españoles y otros tantos amantes del buen juego. Es certeza y capricho, cuando ese hermoso esférico vestido de cuero decide cruzar la línea de cal en el minuto 115 del partido más difícil. El fútbol también es frustración, como la de muchísimos aspirantes que se quedaron a medio camino; es decepción e incluso humillación, la que sentimos los argentinos al ver pisoteadas nuestras esperanzas. En este deporte también hay dolor, como el de Xabi Alonso con la 'caricia' de De Jong, y desesperación, como la de Torres al no encontrar su fútbol, un juego que es, además, injusto, egoísta, tirano y pesetero. Pero por suerte, el fútbol también es arte, el que dibujó el campeón en Sudáfrica, el que mostró España al mundo, el que hizo que millones de personas salieran a las calles a recibir a sus héroes. ¿Cómo va a saber alguien lo que es la vida si nunca, jamás, jugó o sintió el fútbol?
Columna publicada en Diario LA RIOJA el 14 de julio del 2010
El Mundial acabó para mí hace una semana, cuando Argentina fue tristemente lapidada de Sudáfrica por un rival despiadado, que después de unos días se mostró tan inerte como Maradona a la hora de ordenar técnicamente nuestro mediocampo. Y desde entonces estoy de duelo, soy un alma en pena. No pido que nadie me comprenda, porque no lo van a hacer, pero no tengo ganas de ver fútbol. Ni tampoco de alentar con todos mis pulmones a la Roja, porque aunque mi DNI diga que soy español, mi corazón es argentino... y está completamente roto, destrozado por cuatro arañazos que me han alcanzado el alma y aún no han cicatrizado. Y no es que le dé la espalda a un país que amo con locura, en el que soy un tipo feliz, un lugar que ha visto nacer tanto a mis bisabuelos como a mi hija. No soy un ingrato, ni mucho menos. Soy un hincha de fútbol y no puedo borrar mis lágrimas argentinas con sonrisas españolas. Sé reconocer que estoy ante la mejor selección del mundo, un equipazo con el que mis ojos se deleitan, pero que no consuela mi alma. Espero que hoy se consagre campeón y que mis amigos y mis sentimientos de aquí lo celebren por todo lo alto, como hice en 1978 y 1986, e incluso con el subcampeonato de 1990. Yo aplaudiré, reiré y me rendiré ante los guerreros, pero la pena seguirá peregrinando por mis entrañas.
Soy un hincha y nadie mejor que el fantástico escritor uruguayo Eduardo Galeano para describir mis sensaciones. Dice el autor de Memoria de Fuego que el hincha, que es el jugador número doce, rara vez dice "hoy juega mi club" sino que "hoy jugamos nosotros" y que "como bien saben los otros once jugadores, jugar sin hinchada es como bailar sin música". Y cuando el partido concluye, el hincha celebra su victoria: "qué goleada les metimos, qué paliza les dimos", o llora su derrota: "otra vez nos estafaron". "El estadio se queda solo [...] y el hincha regresa a su soledad, se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval".
Columna que debía salir publicada en Diario LA RIOJA el 11 de julio del 2010. En vez, y a última hora, acertadamente salió ésta de mi amigo Pablo Álvarez, titulada Como lloran los hombres:
Que ya ha llegado la hora, qué coño. Ya basta: estoy, estamos, hartos de alemanes machacantes, italianos potreros, argentinos gallitos. Basta de una vez de brasileños artistas, o de brasileños armados hasta los dientes, que son peores. Que no nos hablen más de los gabachos de Zidane: ésta es nuestra hora.
Sí, España, sí. Los parientes pobres de la Europa rica hemos crecido. De tan hartos que estábamos de maldiciones de quebrados (1/4, 1/8) ha llegado el momento en que ninguna bruja nos da miedo. Porque sí, porque valemos, hoy tenemos que ganar un Mundial.
Dicen lo holandeses que el fútbol les debe un título. Y digo yo: qué va. Y digo yo: nuestra deuda es mayor. Ellos perdieron dos finales de Mundial de cuando los campos se llenaban de bigotudos. A nosotros la suerte -no el fútbol, no el juego- nos ha robado cualquier roce, cualquier cercanía al monte Olimpo. Son muchos años de inferioridad, de complejo de enanismo del que ni siquiera ha pisado una semifinal.
Ganemos esta final, y después acordémonos de unos cuantos. Del árbitro que le robó aquel gol a Michel contra Brasil; de Tasotti, codo de leñador, y de su colega Sandor Puhl, cuya ceguera fue premiada por la FIFA con la final. De Al-Gandul (ya sé que no se escribe así, pero como si me importara) y de los coreanos que robaron nuestra alegría: así les invada el Norte. Ganemos, y digámosles luego lo que les hubiera dicho Maradona.
Quiero volver a llorar esta noche, como dice mi amigo Martín que lloran los hombres cuando su país gana un Mundial. Porque no creía en que esto pudiera pasar y porque, una vez que ha llegado, no encuentro palabras. O quizá no hagan falta: quien entienda el fútbol no las necesita. A quien no, le podría estar hablando un año y se quedaría igual.
Que viva la madre que parió a estos chicos, y que viva España. Ésta va a ser la nuestra: en esta noche de las noches, cosamos una estrella a nuestra camiseta.
Ya nos cayó a los argentinos la del pulpo, aunque hoy voy a hablar de uno más famoso, alemán también, y de nombre Paul. El bicho, que se ha convertido en un talismán para la selección española, parece ser que lo predice todo. El sistema de elección es simple: a Paul le ponen dos cajas con mejillones. Cada una de las cajas tiene una bandera de cada país, y el cefalópodo tiene que elegir una de ellas. Y en lo que va de Mundial, no se ha equivocado el tipo, desbancando en popularidad a Maradona, Villa, Puyol o incluso Sara Carbonero o Larissa Riquelme. Después de la demostración de fútbol que dio España contra Alemania, no se sabe si el pulpo se declarará en huelga o qué. El tema es que a Paul le volverán a poner las banderas, esta vez de España y Holanda (por cierto, habrá campeón inédito este año) y unos días antes ya se sabrá quién será el mejor del mundo y a quién le caerá la del pulpo.
Sinceramente, yo ahorraría este trámite y le daría la Copa a España, que volvió a encontrar su juego. Y a Paul lo herviría y me lo zamparía con pimentón y sal maldon.
En vez de disfrutar de una foto de Paul, prefiero recordar a Larissa, que finalmente cumplió su apuesta, pese a perder Paraguay.
Este blog cerrará durante un tiempo por duelo. Quien quiera dejar su pésame, bienvenido sea. Quien quiera riduculizarnos, también, que para eso está el fútbol. Ahora, aguante Argentina, aguante Maradona y esos 23 hombres que se dejaron la piel en Sudáfrica. De todas formas, felicitaciones al futuro campeón.
Brasil se fue del Mundial de Sudáfrica fiel a su estilo, a lo Brasil: haciéndose caca en los pantalones. Cuando en el primer tiempo todo iba viento en popa, yo avisé (y tengo testigos), que en las grandes citas los cariocas se esconden, desaparecen, pierden los nervios y las filigranas se convierten en patadas y arrugando. Y me acordé de los octavos de final del Mundial de Italia (1990) cuando una de la speores selecciones argentinas que recuerdo -y que acabó subcampeona del mundo- dejó a la Canarinha fuera con un gol de Claudio Paul Caniggia, "lo estaban agarrando... ahora o nunca", después de una apilada monumental de Maradona, que jugaba con el tobillo destrozado.En fin, eterna es mi tristeza por el amargo adiós de los Luis Fabiano, Robinho, Lucio y Dunga, a quienes les dedico este video para el recuerdo.
Por cierto, ¿qué dice el cartel que sostienen estos paulistas mientras ven el partido? Más pena me da...
Periodista argentino que es papá de una nena espectacular y que hace casi doce años quedó atrapado entre dos mundos, en medio de un charco llamado Logroño. Allí encontró su lugar en el universo, aunque media vida aguarda a 12.000 kilómetros de distancia.
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*Pablo García-Mancha* (Logroño, 1968). Soy periodista y he trabajado para *Diario
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