viernes, 7 de octubre de 2011

El poeta digital




Desde un tiempo a esta parte, no sabría describir con exactitud ni cuándo ni cómo, mi mundo se transformó en mi iMundo. Y eso que nunca he sido muy dado a la informática. Pero sin ser consciente de ello, le fui dando pequeños y deliciosos mordiscos a la manzana que creó Steve Jobs hace tres décadas. Y cada uno de ellos, más sabroso y asombroso. Me inicié en el mundo Mac hace más de una docena de años con los ordenadores de esta casa, irrompibles e incapaces de colgarse. Hoy añoro el iPhone que no tengo -en su lugar soy dueño de un Nokia que ya me ha dejado sin agenda en tres ocasiones-, me despierto con el iPad2 y me marcho al gimnasio a intentar bajar la tripa con el iPod, que ya me costó conseguirlo en su día. Mis fotos no están en álbumes, sino en el iPhoto, y desde que el señor Spotify me quiso empezar a cobrar, uso el iTunes. Por cierto, ya no compro libros: los leo directamente del iBook.


Sin lugar a dudas, el genio que se acaba de despedir a una mejor iVida ha marcado una época, como la de aquel loco que descubrió América o el que pisó por primera vez la luna. Trajo el futuro y lo simplificó en el presente, convirtiéndose en un poeta digital, pero, sobre todo, en un artista del espíritu. Gracias a sus consejos hay dos amigos dando la vuelta al mundo, quizás inspirados en sus palabras: «Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?' Si la respuesta era 'No' demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo». Se ha muerto el hombre y ha nacido el mito, es cierto, pero juro que no sé qué futuro nos depara sin Jobs en nuestras vidas. Por primera vez mi iMundo se ha colgado.


Columna publicada en Diario La Rioja el 7 de octubre del 2011